lunes, 26 de diciembre de 2011

Todos bajo sospecha.

Fue maravilloso estar allí, en “lo mismo”, en lo que somos...
Mabel Cuesta, escritora cubana, profesora de la University of Houston, amiga enorme presentó su libro “Inscrita bajo sospecha”  (Betania, 2010) en el bar “La Ida”, en Malasaña, en Madrid, el pasado jueves 22 de diciembre a las 6:30 de la tarde.
Me pidió que cantara algunas de mis canciones, como hace cada vez que podemos coincidir. Un honor que no sé ni pretendo describir.
Una hermosa reseña de lo sucedido la pueden leer en este post de Gisela Baranda en su blog “Desde mis 35 metros cuadrados”.  Fue precisamente ese post el que provocó en mí estas reflexiones que apunto con prisa, sin intención alguna de ser definitivo ni cerrar el posible debate al respecto. Y que tienen como premisa este fragmento de Gisela (el subrayado es mío):
"María José enlazaba sus palabras con sonrisas, Mabel leía sus cuentos por encima de la algarabía del bar, Rubén y Judith cantaban sus canciones amadas y rotundas, conversamos, comentamos, reímos… y la magia volvió cauta y familiar a rondar sobre nuestras cabezas."  
Éramos nosotros “la algarabía del bar” aquella tarde. El bullicio, los raros, lo infrecuente. Nosotros fuimos “el ruido”  y casi el estorbo del pasado jueves en La Ida. Y no hay que pedir perdón por ello como tampoco nos correspondía pedir silencio. Para los clientes del bar y para el bar mismo lo habitual era lo que ellos hacían: beber, conversar, reír y todo lo que se hace en un bar y es lo propio de un bar.
Qué diferencia existe entre hacer la presentación de un libro en un bar y hacerlo en un apartado rincón del Parque del Buen  Retiro o en el salón de alguno de nuestros hogares. La respuesta es: justamente nuestro afán de protagonismo y cierta dosis de exhibicionismo y esa fe alegre y común a todos los mortales en que lo que hacemos es importante y definitivo, acaso lo más. Con nuestros poemas, canciones, risas y credos ocupamos un espacio diseñado para otras cosas, para luego marcharnos con la sensación de ser unos incomprendidos.
Es así que creamos nuestro particular elitismo los intelectuales y los artistas. Así imponemos ambiguas definiciones de la otredad, la alteridad, lo otro. Y así, marginando a los otros, nos marginamos nosotros mismos, otorgándonos una supuesta superioridad que no es más que una actitud defensiva y una manera ¿sutil? de evadir nuestra equivocación. ¿De dónde nos viene esa creencia en que somos los abanderados de la sociedad o la cabeza o punta de lanza de la historia y el progreso del hombre? ¿De dónde que debemos ser escuchados cuando lo decidamos y no cuando lo decida quien ha de escuchar? ¿Qué hacíamos presentando en un bar no diseñado para ello un libro de poesía y cantando canciones intimistas y “raras”?
No nos basta con sentirnos bien, necesitamos mostrarlo. Recuerdo cómo en Cuba, cuando alguien hace una fiesta en casa (incluso muchas veces sólo cuando está contento), abre las puerta o las ventanas o el balcón, y enfila hacia la calle los altavoces del tocadiscos o la casetera o la radio y  conecta a todo volumen la música... ¡que se enteren!, ¡transmitimos!... ¡esto es lo que soy esto lo que me gusta ea a disfrutar conmigo!!!
No hay mucha diferencia entre eso y la actitud de siempre, de año tras año, de una y otra vez  pretender realizar presentaciones de libros, conciertos de íntimas canciones para la reflexión, exposiciones de arte con nuestros afanes como altavoces enfilados hacia esas calles sorprendidas que son tantas y tantas personas a quienes no interesa nuestra fiesta. Está claro que no llegamos a ser mendigos atravesados en las aceras implorando ayuda, pero no estamos muy distantes de huelguistas o indignados que claman derechos que no siempre les corresponden.
Fue bueno estar juntos, incluso estar juntos allí. Pero no era estrictamente necesario hacerlo en  aquel sitio. Y conste que la amabilidad del dueño del local y de su personal fue total y mucho la agradecemos. 
Sí, fue maravilloso estar allí, en "lo mismo", en lo que somos... pero...
Suerte que Mabel es una escritora y comunicadora muy especial. ¡Y hasta cantó haciéndome feliz una mía canción! 
En cualquier caso, a partir de hoy, como siempre hice en Cuba, ofrezco mi casa, mi pequeño pero suficiente salón para cuanta presentación literaria o musical o artística suceda, o casi. Y también recomiendo aquello que insinué: un parque, un rincón de este basto universo donde estemos los que queramos, sin molestar a nadie para culparlos después de nuestras molestias, sin involucrar a quienes no desean ser involucrados en nuestros modestos o trascendentales asuntos. 


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