Así que, a toda prisa, me siento a teclear, antes de que la próxima brisa altere el orden en que un Ribera del Duero, descorchado esta hermosa noche por mis primos Felipe y Diana, ha combinado algunas palabras tras mi frente.
Lo cierto es que tenemos tal capacidad de adaptación y tan innatas facultades para el cambio, que no es ni raro ni inconveniente ni desproporcionado ni absurdo ni fuera de lugar ni “malo” pensar y decir hoy algo acerca de un suceso, una idea, una situación o lo que sea, sobre la que ayer pensábamos exactamente lo contrario. Tampoco, sea lo que sea que se diga, tiene que resultar errado en ningún caso.

En tiempos de Homero la tierra era plana y circular o al menos tenía límites o lo que sea que se aseguraba en esa época. Desde luego, en ningún caso era redonda la Tierra. Poco después ya algunos como Pitágoras (o Aristóteles más tarde) presentaban “evidencias” sobre su forma esférica. Cuando llegó Colón al Caribe creyó que le había dado la vuelta a la Tierra. Aquel error cambió un montón de cosas, empezando por los mapas. Pero, las cambió, única y exclusivamente, para quienes sucedimos al navegante genovés. La historia no se vio alterada en lo más mínimo, ni, con ella, los valores, los principios, el comportamiento de los humanos.
Visto desde la distancia, para las motivaciones o consecuencias del rapto de Helena por Paris contado por el gran poeta en la Ilíada, la forma que tuviera la tierra no tiene la menor importancia.
Algo parecido debió pensar el astrónomo, filósofo, matemático y físico Galileo Galilei acerca de la importancia de que fuera la Tierra la que girara alrededor del Sol y no al revés como se creía en su época, en el momento en que se supo condenado por el tribunal de la Santa Inquisición.

El caso es que eso, negarse uno mismo, negar lo que se ha dicho alguna vez, no es visto con buenos ojos por mucha gente.
Yo mismo suelo, por precaución, dar poco crédito a las personas que hoy dicen una cosa y mañana otra, ya sea lo contrario o alguna variante notable acerca de lo comentado. Sobre todo me alarmo cuando esa persona puedo ser yo mismo. Para evitarlo procuro, como norma, hablar de cosas sobre las que he reflexionado previamente, haciéndolo siempre con prudencia. Intento no hablar de algo sobre lo que me he atrevido a aventurar criterios sin mucho tejido (y, sss... si tengo que hacerlo, procuro recordar o averiguar qué fue lo que dije antes, y, siempre que puedo, trato de coincidir con mi criterio) Cuando, como es frecuente, mis opiniones de hoy no coinciden con las de ayer, intento que no se note mucho. El truco está, creo, en siempre procurar que parezca que habla uno de cosas distintas. En el peor de los casos hago lo que ya he contado alguna vez (un poco lo que ahora): intento bromear. Pero, nunca, al menos mientras puedo, hago o digo algo que pueda afectar el destino o el proyecto personal de otras personas. Tengo la suerte de ejercer una profesión en la que el único destino supeditado a mi acción es el mío propio. No tengo una empresa, ni un cargo directivo o político. Linda la libertad.
Se supone que los valores, los principios, las ideas, han de ser estables, constantes indentitarias de un individuo. Llegamos al punto de tolerar y respetar mejor y más a una persona equivocada capaz de mantener sus ideas y principios, que a un individuo que hoy cuenta una cosa y mañana cambia su discurso, por muchas razones que argumente a favor de la dialéctica y de la capacidad de cambio y adaptación a los nuevos tiempos e ideas y de respeto a la verdad y el rigor o la necesidad.
(Dejo claro que me refiero a cuestionamientos de tipo morales y éticos, a valores relacionados con el comportamiento humano. Las argumentaciones de tipo técnico, científicas y por el estilo, no pueden ser juzgadas o medidas del mismo modo. Es por ello que no se juzgan igual la abjuración de Galileo, ni las auto-refutaciones de Stephen Hawkings, que las hipócritas, oportunistas y poco creíbles “negaciones” o “cambios de estrategias” y planes y discursos y leyes realizadas por políticos de todos los tiempos y lugares, que afectan de modo directo el destino y proyecto personal de millones de personas. La incompetencia remendada con mentiras y manipulaciones del actual presidente español ZP ha enviado al paro a la 5ta parte de la población en edad laboral; no se puede juzgar igual. El "reconocimiento" por parte de Fidel Castro de ser el principal responsable de la persecución que sufrieron los homosexuales en Cuba durante la década de los sesenta tampoco puede ser juzgado igual: -"En esos momentos no me podía ocupar de ese asunto…" "Pero en fin, de todas maneras, si hay que asumir responsabilidad, asumo la mía. Yo no voy a echarle la culpa a otros")
Esta mañana, y a raíz de la polémica que refería en el post anterior y que es también origen de este, he estado releyendo un artículo escrito en 1907 por Miguel de Unamuno, en el que, apremiado por los cuestionamientos de algunos seguidores acerca de su religión, les argumenta sobre sus creencias. Aquí resumo un pasaje:

"“En el orden religioso apenas hay cosa alguna que tenga racionalmente resuelta, y como no la tengo, no puedo comunicarla lógicamente, porque sólo es lógico y transmisible lo racional... Tengo, sí, con el afecto, con el corazón, con el sentimiento, una fuerte tendencia al cristianismo sin atenerme a dogmas especiales de esta o de aquella confesión cristiana...
Confieso sinceramente que las supuestas pruebas racionales _la ontológica, la cosmológica, la ética, etcétera _ de la existencia de Dios no me demuestran nada; que cuantas razones se quieren dar de que existe un Dios me parecen razones basadas en paralogismos y peticiones de principio. En esto estoy con Kant. Y siento, al tratar de esto, no poder hablar a los zapateros en términos de zapatería.
Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la Historia. Es cosa de corazón.
Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como lo estoy de que dos y dos hacen cuatro.
Si se tratara de algo en que no me fuera la paz de la conciencia y el consuelo de haber nacido, no me cuidaría acaso del problema; pero como en él me va mi vida toda interior y el resorte de toda mi acción, no puedo aquietarme con decir: ni sé ni puedo saber. No sé, cierto es; tal vez no pueda saber nunca, pero "quiero" saber. Lo quiero, y basta.
Y me pasaré la vida luchando con el misterio y aun sin esperanza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo. Sí, mi consuelo. Me he acostumbrado a sacar esperanza de la desesperación misma. Y no griten ¡Paradoja! los mentecatos y los superficiales.
No concibo a un hombre culto sin esta preocupación, y espero muy poca cosa en el orden de la cultura _y cultura no es lo mismo que civilización _ de aquellos que viven desinteresados del problema religioso en su aspecto metafísico y sólo lo estudian en su aspecto social o político. Espero muy poco para el enriquecimiento del tesoro espiritual del género humano de aquellos hombres o de aquellos pueblos que por pereza mental, por superficialidad, por cientificismo, o por lo que sea, se apartan de las grandes y eternas inquietudes del corazón. No espero nada de los que dicen: "¡No se debe pensar en eso!"; espero menos aún de los que creen en un cielo y un infierno como aquel en que creíamos de niños, y espero todavía menos de los que afirman con la gravedad del necio: "Todo eso no son sino fábulas y mitos; al que se muere lo entierran, y se acabó". Sólo espero de los que ignoran, pero no se resignan a ignorar; de los que luchan sin descanso por la verdad y ponen su vida en la lucha misma más que en la victoria."
Ante un alegato como este siento que no ha de existir margen a la irresponsabilidad y la ligereza. Tal vez el enfoque (o el efecto) se perciba intensamente sentimental, pero, no es este el clamor de un aprendiz de hombre, es el llamado de un hombre espléndido, de un pensador y creador de lujo.
A su memoria aquel Ribera...
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