viernes, 8 de octubre de 2010

El Nobel que quiero para mí

Caminaba yo bajo mi abundante y despeinada melena (“agresiva”, como imponía mi configuración estética para aquella Cuba de los primeros 80s), junto a dos amigos que me superaban, cronológicamente, en más de una década, intelectualmente, en más de una vida. En acceso a la información, en menos de dos horas.

- Le dieron el Nobel a Lech Walesa – escuché que decía P a A...

A mi cabeza asomaron, confundiéndose en el orden, un par de preguntas: “¿Ese quién es?” “¿Qué habrá escrito ese tipo para que le den el Premio Nobel?”
No tenía idea de qué significaba aquel nombre ni de quién era su dueño, por tanto no se me ocurrió relacionarlo con el Nobel de la Paz. “Algún escritorzuelo desconocido más”, intuí penetrante.

- ¿Cómo lo supiste, por aquí o por allá? – preguntó A.
- Por allá... ¡¿por dónde va a ser?! – apuntó P, bajando la voz.

Aquí” se refería a la prensa o la radio cubana. “Allá”, la radio de Miami, de “afuera”.
Entonces intervine yo. Sacudiendo la melena y poniendo voz de enterado mientras dejaba entrever la combativa indignación que correspondía espeté:

- Compadre, dime una cosa, ¡¿qué ha escrito el Malesa ese pa’ ganar el Premio Nobel de Literatura?!

No recuerdo nada más de aquel momento. Juraría que mis amigos se miraron y cambiaron cortésmente de tema.

Mi confusión tenía un soporte lógico y comprensible: en los círculos en los que me movía en aquellos años se hablaba de arte y de literatura, de música y amor. Nos intercambiábamos versos, canciones, sueños y novias. La vida toda era, para mí, aquello que vivíamos. De política sabía, sobradamente, tan sólo aquello que me habían inyectado en vena durante toda mi vida desde la primaria, en la prensa única oficial revolucionaria, en círculos de estudio políticos, en discursos, desfiles, domingos rojos, escuelas al campo y, de modo más sutil, bebiendo pergas y pergas repletas de nuevatrova, series telesocialistas, cine tercermundista presentado como arte verdadero y alternativo al “decadente imperio hollywoodense”, filosofía marxista-leninista, principios revolucionarios, ética socialista...
Nausea real evocar tanta tontería y maldad juntas.
En aquellos tiempos no tenía idea, entre otras tantas cosas, de la existencia de montones de escritores que yo jamás había leído y de otros más aún que ni sospechaba que existían. La asignación del Nobel de Literatura (eso creía yo) a un escritor desconocido (si lo era para mí lo era para todos), no podía ser más que otra de esas tretas y montajes del imperialismo siempre dispuesto a fabricar falsos literatos como recurso desesperado para enfrentar la incuestionable superioridad de los intelectuales socialistas.
Cuánta soberbia produce el comunismo en sus ignorantes feligreses, yo el que más en esos años (definitivamente, a esas alturas, ignorante más que devoto)
Aún así, pocas horas duró mi ignorancia, gracias también a la radio de “allá”. ¡Nobel de la Paz! La melena se me compuso de la vergüenza pensando en la conversación con mis amigos; tanta que aún hoy me sonrojo al recordar aquello. Bueno, francamente no tanto, puesto que lo confieso y me produce aparatosa gracia mi extrema ingenuidad.
Una vez puesto al día sobre quién era realmente Malesa y la verdadera dimensión del premio por él recibido, recuerdo que me emocioné profundamente.
En aquel momento el Nobel a Lech Walesa tuvo consecuencias fundamentales en mi vida: descubrí que había un movimiento en Polonia que renegaba del comunismo, un movimiento de obreros, simples trabajadores que se rebelaban dentro del sistema. Y ha sido esa la única vez que he considerado el Nobel, en lo personal, un premio realmente útil: me enteré que el comunismo era vulnerable (se enteró un montón de gente a mi alrededor y sospecho que en medio mundo); me enteré que el futuro luminoso que nos esperaba (del que la Europa Socialista era una especie de versión beta previa a la inminente y definitiva consumación Pro del paraíso comunista), tenía zonas muy oscuras también allí donde hasta ese momento todo se me antojaba perfecto, sólido y seguro.
Aún no entendía muchas cosas, pero el horizonte se llenó de colores, de matices inesperados. En esa época comencé a componer.

Hoy me ha sorprendido gratamente la noticia de que le ha sido otorgado a Mario Vargas-Llosa el Premio Nobel de Literatura 2010.
Es la primera vez, desde que Lech Walesa recibiera el Nobel de la Paz, que este premio me emociona. Antes del ochenta y tres era yo muy joven y muy creído para “aceptar los pareceres de generaciones pasadas” (ignorancia aparte). Después, nunca la ceremonia de los Nobel me ha parecido precisamente inocente o menos tendenciosa que lo recomendable como para enternecerme de modo favorable con sus dictámenes. Más bien todo lo contrario.
Hasta hoy, que he sentido sincera emoción y alegría. Si algo caracteriza la asignación del Nobel de Literatura es que, siendo el premio supuestamente más prestigioso y cumbre en la carrera de un escritor, esté tan permeado de imperdonables olvidos que ofende. Aún así no puede uno dejar de ser víctima de sus propias e íntimas vanidades, aunque estas estén conformadas por circunstancias que no controla: como tantas veces hemos comentado mi buen amigo poeta Alfredo Zaldivar y yo “el premio Nobel que siempre he querido para mí es que se lo den a Mario Vargas Llosa y a Milán Kundera”. Ya tenemos la mitad del premio.
Me alegro profundamente por el autor de La fiesta del chivo y Elogio de la madrastra; pienso que merece este premio y que existen sobradas razones para que se le haya otorgado.
Menos claro tengo cuáles han podido ser las razones de la Academia Sueca: ¿Por qué le conceden el Nobel ahora a Mario Vargas Llosa cuando ya parecía un hecho que nunca lo recibiría? Imposible saberlo a ciencia cierta. Hace muchos años que el gran escritor peruano es uno de los más importantes intelectuales del planeta, con una obra mucho más sólida que la mayoría de los que han recibido este premio en los últimos 30 o 40 años, por no decir “todos”. Pero, también es sabido que sus preferencias y posiciones ideológicas no comulgan con los postulados de los miembros de la Academia Sueca. ¿Qué puede haber ocurrido? ¿hay que creer en un vuelco ideológico? ¿en un sincero ataquito de justicia?
Habrá que esperar a otros premios. En cualquier caso este servidor, canalla y conspiranoico, no puede dejar de pensar en una suerte de lavado de imagen por parte de los miembros de la Academia Sueca ante el desacierto que resultó el Nobel de la Paz otorgado el pasado año al Comandante en Jefe del Ejército de los Estados Unidos, Mister Barack Hussein Obama.
Y no es que crea yo que estos doctos personajes han decidido corregir los criterios desde los que eligen al afortunado de entre los candidatos de cada año, ni que sientan vergüenza propia o ajena por algún que otro premio polémico otorgado en alguna que otra determinada ocasión (hablamos de quienes han concedido premios de la paz a Yasser Arafat y a Al Gore; hablamos de quienes ignoraron a Kafka y a Joyce y a Proust y a Borges)
Pienso, no quiero evitarlo, si no será que se están muriendo los akademikomsomoles que tradicionalmente decretan qué autores son dignos de exhibir en su curriculum esa medalla con el visto bueno del Iluminado Comité Sueco para la Canonización de Intelectuales Afines al que pertenecen, el tan exclusivo santificador Premio Nobel de Literatura.
Si así fuera no estaría nada mal, aunque sospecho que la entrega de curriculums por parte de komsomolkandidatos a los puestos vacantes ya deben estar congestionando los servicios de correo de Estocolmo. Este mundo está repleto de Intelectuales Afines, gente necesaria para hacer respetar los dictados de lo políticamente correcto.
Seguramente se trata de un lavado de imagen, pero no voy a disimular mi contentura aunque Vargas Llosa no necesitaba de este premio, pues pertenece, por derecho propio, al exclusivo club de los grandes de la literatura universal.
Y porque no ha hecho concesiones en su defensa de la libertad.
Y porque es de esos pocos poquísimos intelectuales indiscutibles que nunca nos han dado la espalda a los cubanos.