Por Alexis Díaz Pimienta.
Sobre el libro "De risa también se muere", de Rubén Aguiar y José Pelayo.
Fragmento de mi prólogo a un libro muy recomendable para los amantes del humor y la décima:
“Rubén y Pelayo saben (y quieren que sepamos que lo saben, de ahí los varios guiños metaliterarios) dónde se han metido. Han querido hacer, y han hecho, un doble homenaje, al humor y a la poesía popular, al teatro y a la décima. Se han reído ellos para hacernos reír a los demás, advirtiendo cada equis versos que la risa es seria, y que “contarlo es otra cosa”, “aún más contarlo en verso”. Para ello han echado mano a todos los recursos: gags, figuras retóricas, neologismos (“reirpitió” y “reirpitiendo” son chistes orales que merman en lo gráfico, pero que no dejan de provocar una sonrisa). Toda una fiesta de la inteligencia.
Este es un libro, insisto, cargado de atrevimientos tan atrevidos que provocan a la vez admiración y risa. Aquí la muerte es “hetera”, por ejemplo, y “su guadaña también”. “La muerte se retiró / dejando una flatulencia de azufre”, por ejemplo. Pero para no revelar más detalles grandiosos (maldito prologuismo, una enfermedad como otra cualquiera, un sarampión que hay que pasar como otros sarampiones: pido disculpas) solo diré que el final de esta obra, aunque sea accidental, o sea, no exprofeso, hay un homenaje al Fausto Criollo de Estanislao del Campo (otro admirado por el admirado Borges) y al poeta cubano que murió de risa: Julián del Casal. El Fausto Criollo es teatro en versos (un gaucho entra en el teatro Colón de Buenos Aires, accidentalmente, y ve una representación del Fausto de Goethe, pero no sabe que es teatro, nunca antes ha ido a un teatro, y al llegar a su pueblo cuenta a sus vecinos que ha visto al Diablo, oh, pobre Margarita) y los otros gauchos se lo toman en serio, no se ríen. Pero Julián del Casal sí, nuestro poeta más triste del siglo XIX se ríe tanto que muere de risa mientras cena en casa de la varonesa Nica. Nuestro poeta no sabía, el pobre, que de risa también se muere. No nació a tiempo, el pobre, para leer el libro de Rubén Aguiar y José Pelayo."
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