viernes, 20 de diciembre de 2019

Abuelarosa


¿Cómo puedo saber todo lo que quiero de todas y cada una de las personas que aparecen en esta foto? ¿Cómo saber todo lo que quisiera de esa señora, al centro, que los engendró? ¿Cómo saber del hombre que ahí falta, el que puso la otra mitad, el padre? Porque son 16 hermanos y hermanas alrededor de la señora y su tanta paz en el rostro. Porque justo a su lado, la segunda en la hilera del centro, con blusa blanca de bandas y mangas oscuras y mirada que amo es Rosa Dávila, la madre de mi padre. Abuelarosa. ¿Cuánto será lo tanto que quiero saber? Sus nombres todos, sus edades, sus destinos. ¿Cómo saber sus gestos y sus manías, sus miedos y sus sueños? Puedo imaginar el color de sus voces, algo graves como la de Abuelarosa, quizás. ¿Olerían también a miel y cigarro? Puedo aventurar un punto melancólico en sus cada miradas, desde ojos transparentemente impregnados de luz de campo, incapaces de ocultar esa luz del campo de Cuba. ¿Cómo fueron esos nueve hombres en sus juegos y sus torpezas? ¿Cómo esas siete mujeres en sus sobresaltos e ilusiones? 
¿Serán acaso mis propios sobresaltos, mis torpezas, mis juegos y mis ilusiones aquellas que de ellos quisiera conocer? De pronto descubro que puedo estar soñando sus sueños, temblando sus miedos, disimulando sus gestos y manías. Con muchos otros, por supuesto, los que provienen de los otros tres causes que abonan mis venas e interrogantes. Pero estos que miro han aparecido de repente esta noche en esta foto que no conocía, que me deslumbra y disfruto por primera vez. Llevo la sangre que cargaron durante toda su vida Abuelarosa, sus seis hermanas y nueve hermanos. Poco a poco se fueron marchando. Más de cien años tendrían ya casi todos. Pero se están moviendo ahora mismo dentro de mi cuerpo. Corretean, se abrazan, ríen entre ellos, se tocan ellas, emocionadas. Es la primera vez que se ven dentro de mí. ¡Y hace tanto que no se ven así juntos! En unánime ritual de tragar hasta el fondo siento que se beben la más deliciosa leche ahumada que ha bebido jamás alguien sobre la tierra, la que nos hacía a sus nietos Abuelarosa y que estoy seguro aprendieron a beber y hacer desde las manos y la ternura de su madre, la del centro, la del rostro de paz. No sería yo sin ella. Y no sé su nombre.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Tonadas Guajiras Cubanas en Décimas de mi Padre



Aún no puedo detectar si yo llegue a la música a través de la poesía o si, justo lo contrario, la poesía se hizo ante mí arropada en música.
La más sorprendente expresión de la poesía, al menos la que más lo es para mí, está indisolublemente ligada a la música: se llama repentismo y se cultiva o practica, hasta donde sé, en casi todo el mundo. El repentismo tiene variadas formas y nombres en distintas regiones del planeta. Consiste en improvisar versos, cantándolos, generalmente mientras una guitarra o instrumentos folklóricos acompañan al poeta. Los instrumentos, las tonadas o melodías y las estrofas poéticas suelen ser diferentes en las distintas regiones del mundo, aunque este modo de expresión de arte popular es en esencia el mismo. Por ser una expresión cultivada por gente de pueblo, fundamentalmente de campo, en la mayoría de los países o regiones donde se practica no hay una particular reglamentación a propósito del tipo de estrofa o de música a las que deben ceñirse sus cultivadores. La posibilidad de tomarse licencias de tipo técnico no restan calidad ni valor al buen hacer de estos versificadores.
Pero yo nací y me crié en Cuba, indudablemente el lugar donde con mayor severidad se castiga a quienes violan las, allí sí, estrictas leyes y parámetros que conforman la estrofa poética única que han de usar sus repentistas: la décima espinela. Para colmo de presión, esta estrofa ha de ser improvisada con y desde una melodía musicada por el poeta mientras va creando sus versos bajo el inclemente escrutinio de uno de los pueblos más musicales que existe. Aunque el nivel de exigencia es menor en el aspecto musical, la realidad es que una buena melodía o tonada y una voz hermosa y afinada aumentan considerablemente las posibilidades de culminar airoso una presentación o de resultar vencedor en una contienda poética entre repentistas, las llamadas controversias.
Cuando se hace repentismo en una sala o batey o patio en Cuba el público no te está evaluando: te está realizando una verdadera autopsia estética.
La controversia es un género violento, probablemente tanto como lo eran los combates de gladiadores en el coliseo romano hace más de 2000 años. Y hay que estar preparado y en forma. Si no quedas bien es mejor que te retires y a otra cosa. Es precisamente por ello que existen tantas décimas improvisadas de esa manera en Cuba que forman parte de la historia de la poesía universal.

Yo fui amamantado bajo un aguacero constante de décimas y tonadas, hermosas pero tristes en su mayoría, como suelen ser las canciones, las leyendas y las historias de los pueblos. Mi madre, exquisita interprete de tonadas y décimas, vertió sobre mí y sobre mis hermanos toda la mágica grandeza de la expresión menos adulterada de la cubanía en aquellos tiempos de nuestra infancia, que era la música del campo cubano, guajira, verde, con aroma de humedad y cristalina, de palma, de manantial, de caña, café y (oh, pecado) de tabaco. Aumentada la tanta magia por la dulzura desde la que madre hacía llegar a nuestros oídos aquellas tonadas y décimas, al convertirlas en susurros y  despojarlas, para sus tres pequeños, de esa suerte de violencia con que la impronta de la improvisación y la presión del jurado público suelen arroparlas. Mi padre es el mayor amante de la décima criolla que conozco. Y uno de sus más fieles cultivadores. Antes de aprender a pensar yo aprendí a rimar y a comprender en versos, octosílabos, incompletos si no sumaban diez, consonantes y sin rima interna. Antes de aprender a hablar y a escuchar yo cantaba mis lloros y mi risa y el mundo era para mí una melodía entonada por el amor de mis padres.
Quizás por eso yo soy un hacedor de canciones inapelable. No se me ocurre que pueda existir traje mejor donde amparar mi desnudez, manera más precisa de contarme, de hacerme entender, de transparentarme. Ni tampoco, por supuesto, de rebelarme, increpar y exhibir la miserias y las virtudes que aprendo o diseño y que me perfilan cada día.
La poesía y la música son una misma y única señal en mi expresión y mi percepción.

Décimas de Rubén Aguiar Dávila
Tonadas Guajiras Cubanas
Guitarra y Voz Rubén Aguiar Muñoz
Violín Pedro Alfonso