martes, 25 de febrero de 2020

Oscaridad II. Parásitos se burla de los pobres.

Oscaridad (II)
¿Contraste entre ricos y pobres? No. Contraste entre estafadores e incautos. Eso es el film "Parasitos".
Lo esperpéntico es leer a puñados que "Parásitos es un retrato brillante de la lucha de clases". Clase pobre vs clase rica. Para luego ver esa lucha, talentosamente expuesta en su cinematografía, reducida a una "simpática clase estafadora", los pobres, desvalijando como parásitos a una "tontísima clase de incautos", los ricos.
Aunque los protagonistas son los primeros, por supuesto. Vagos, oportunistas, estafadores, parásitos. Es el orden en que nos los presentan. Los que hemos sido pobres ¡y tan pobres!, reconocemos ese tipo de personaje de barrio, esa familia en la que nadie quiere trabajar, que anda siempre a la caza de una oportunidad para hacerse con los bienes de los demás, sea estafando, robando, chivateando… y odiando, envidiando y maldiciendo, no ya a los ricos sino a sus prójimos mas cercanos, la gente que trabaja y se esfuerza en salir adelante por sus propios medios, sin engañar ni hacer daño a nadie, sin apropiarse de las propiedades ajenas.
"Parásitos" termina siendo una alegoría perfecta de la diferencia entre la mezquindad, esa familia pobre estafadora, y la honradez, cualquier familia pobre pero decente que no aparece en la película y que no sería capaz de cometer ninguno de los delitos que se magnifican como gracietas de los estafadores en el film. Deja mucho margen a la imaginación cómo puede haber sido la vida, el entorno y la educación que recibió el director en su infancia y juventud, cuando era pobre. O a qué le huelen los suyos y nosotros, los pobres, ahora que pertenece a otra clase, la de los famosos y probablemente rico.
En "Parásitos" eso son las dos "clases" en lucha. No son personas que se comportan a la altura de su criterio de la responsabilidad: son dos clases. Una brillante burla gestionada por los neodiseñadores de la corret-opinion y confirmada por la mayor parte de los asalariados de la industria del cine, siempre evadiendo el riesgo de moverse mucho por temor a quedar fuera de la próxima foto. Y finalmente aplaudida por los millones de consumidores que adoran el cine, les disparen lo que les disparen.
Las mediocres actuaciones son algo perdonable teniendo en cuenta lo falsos y poco creíbles que resultan todos esos caricaturescos personajes. Sólo se salva, en su brevísima aparición, la chica de la pizzería que regaña a la familia protagonista por echar a perder, con su holgazanería e indolencia, las cajas de pizzas. Por cierto, ese personaje sí representa una posible pobre real luchando por salir adelante, como realmente hacen y deben hacer los pobres para salir adelante.
El humor es absolutamente predecible. Una vez planteada la trama ya es fácil seguir cada gag, esperarlo, adivinarlo, pues estamos acostumbrados a ese tipo de comedia de enredos. Entonces resulta agradable y cómico sentir confirmado el chiste y la solución que veías venir. Lo saben todos los humoristas. Y no sólo los que hacen comedia recurren a este truco. En la música popular sobre todo, el éxito y las cifras multimillonarias que maneja la industria dependen de que los rompimientos sean los menos posibles, de ahí que en cualquier género las canciones que se promueven tengan idénticas bases armónicas y melodías y estructuras semejantes, de manera que parecen todas casi una sola, la misma pero muy larga. En Parásitos, incluso cuando cambian o se entremezclan los géneros, se recurre al recurso de llevar al espectador a un estado o sentimiento de burdo "¡¿qué será lo que vendrá?!". Este es un truco que ya comienza a peinar canas. Se ha convertido en un lugar común apostar por la sorpresa desagradable para provocar una emoción basada en el futuro, el susto previo a la ruidosa imagen violenta que seguramente viene. Es esta una emoción que proviene de afuera, abandonando el viejo método de provocar a la mente y a la inteligencia con insinuaciones y sutilezas en las que la emoción surge de la confirmación de lo se ha concluido desde los datos que te ofrece la narración de la película. Una emoción, esta última, que proviene de adentro. No es que el recurso no sea válido, simplemente no es nada novedoso. Tarantino y los Cohen son maestros en esto. Pero en Parásitos ni siquiera es muy original lo que ocurre, lo que conduce a que el humor se diluya y uno no consiga ni incomodarse ni sonreír.
El malestar lo provoca no saber si se están burlando de esos ricos o se están burlando de mí haciéndome creer que se están burlando de los ricos mientras se burlan de los pobres.
Pero bueno, si en esta postmodernidad una academia otorga su premio de Literatura a un cantautor que hasta como músico es de mediocre para abajo y todos tan campantes, qué importancia puede tener que cualquier academia de cine otorgue su premio mayor a una película de menor nivel que otras que aspiraban a esa distinción.
El valor de los Oscar no proviene de los premios que otorga sino de la excelencia de las películas que se realizan cada año. Pero su infraestructura convierte en jueces a una clase al parecer poderosamente resentida y tendenciosa que se divierte repartiendo a su gusto y medida el prestigio robado a aquella otra clase de verdaderos artistas que son la causa de que ellos existan y de la que se nutren como Parásitos.

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