Cienfuegos, Cuba, finales de los 80. Recorríamos Pedro Alfonso y yo todo lo recorrible, como hacíamos en cada pueblo, ciudad, batey o finca de la isla donde actuábamos. Nos inventábamos sobre la marcha los motivos menos ortodoxos para divertirnos. Y procurábamos conseguir fotos de las situaciones más inverosímiles, cada uno desde su cámara. Yo le fotografiaba a él y viceversa. Luego intercambiábamos los negativos. Razón por la cual conservo casi exclusivamente aquellas en las que aparezco yo. A él le ocurre lo mismo y lo contrario. Estas son, probablemente, de nuestra primera gira con La Seña del Humor de Matanzas a Cienfuegos.
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Segunda foto. El mismo truco para obtener una revista con la que forrar ese libro que no se soltaba de mi mano y que se descascarañaba por minutos entre mis dedos sudados. La Odisea.
Yo era Nadie participante de aquella "Semana de la Cultura Cienfueguera del 18 al 24 de Abril". El calor era mi Polifemo. Pedrito, que tomaba apuntes en la Zenit soviética, Homero.
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Primera foto. Haciéndome pasar por liliputiense ante la bodeguera para conseguir una lata de galletas. Pedrito hizo esta foto a escondidas.
La conseguí. La lata de galletas. Aunque tuvimos que salir disparados cuando me erguí para agarrarla.
En la cola no entendían mucho. Era apenas un tipo agachado, de voz muy ronca, parloteando a grito pelao' con uno muy serio que asentía.
Para la vendedora… momento de la foto:
La conseguí. La lata de galletas. Aunque tuvimos que salir disparados cuando me erguí para agarrarla.
En la cola no entendían mucho. Era apenas un tipo agachado, de voz muy ronca, parloteando a grito pelao' con uno muy serio que asentía.
Para la vendedora… momento de la foto:
- ¡¡Señora deme una lata completa!!… - gritaba desde abajo mientras agitaba la mano - A mí una entera… ¡¡Una entera, SEÑORA!!
Creo que aquel "señora", en lugar del habitual y correcto "compañera", gritado por aquel mediohombrecito fue lo que impresionó a la desconcertada mujer. Por supuesto, ella no iba a negarle lo que pidiera aquel personaje desde allá abajo. El mostrador le impedía ver más allá de mi cabeza y mi mano.
Ni siquiera lo hicimos por las galletas: era por conseguir la foto.
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Yo era Nadie participante de aquella "Semana de la Cultura Cienfueguera del 18 al 24 de Abril". El calor era mi Polifemo. Pedrito, que tomaba apuntes en la Zenit soviética, Homero.
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Los capítulos en los que aquellos curtidos guerreros griegos, protagonistas de la historia que contaba el ciego juglar, navegaban de regreso a Ítaca eran lo único refrescante aquel día bajo el sol de La Perla del Sur. Registrado en la tercera foto.
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La última es una foto sin/con mucho engaño y justo premio: ¡¡Conseguimos Nafasolina!!
Éramos nafasolindependientes. No sabemos por qué, pero en lo que coincidíamos sin remedio aquellos humildes artistas matanceros era en nuestra nariz eternamente congestionada y moqueando y en la necesidad de esnifar nafasolina o, en su defecto, agua con sal de manera constante.
Quizás fueran las cercanas fábricas del puerto que sobre nuestras calles y puentes vertían aquel humo que los poetas confundían con romántica niebla. Quizás simple alergia al clima político universal, a las aglomeraciones o a la polvareda desplegada tras el derrumbe del muro, del campo y del espíritu de entusiasmo. El caso es que vivíamos prendidos a ese medicamento.
Justo en aquellos tiempos comenzó a escasear y había que conseguirlo por receta o resolver dando coba y chantajeando a las amistades. Pero Cienfuegos era, para nosotros, la perla virgen. Y, tras una muela de media hora, aquella buena mujer, la de la foto, me vendió un pomito de Nafasolina.
La foto es testimonio de la solemne entrega oficial. Ella obtuvo una entrada gratis para la función de esa noche, función que, sin su comprensión y noble gesto subvertidor de la ley, no se hubiera podido realizar porque, literalmente, nos estábamos ahogando.
Homero, sobre el mostrador, al confirmar nuestra conquista, exclamaba a dúo con Odiseo: "¡No me lo puedo creer!"
Conseguimos la foto.
En esa época no había foto que se nos resistiera.
Quizás fueran las cercanas fábricas del puerto que sobre nuestras calles y puentes vertían aquel humo que los poetas confundían con romántica niebla. Quizás simple alergia al clima político universal, a las aglomeraciones o a la polvareda desplegada tras el derrumbe del muro, del campo y del espíritu de entusiasmo. El caso es que vivíamos prendidos a ese medicamento.
Justo en aquellos tiempos comenzó a escasear y había que conseguirlo por receta o resolver dando coba y chantajeando a las amistades. Pero Cienfuegos era, para nosotros, la perla virgen. Y, tras una muela de media hora, aquella buena mujer, la de la foto, me vendió un pomito de Nafasolina.
La foto es testimonio de la solemne entrega oficial. Ella obtuvo una entrada gratis para la función de esa noche, función que, sin su comprensión y noble gesto subvertidor de la ley, no se hubiera podido realizar porque, literalmente, nos estábamos ahogando.
Homero, sobre el mostrador, al confirmar nuestra conquista, exclamaba a dúo con Odiseo: "¡No me lo puedo creer!"
Conseguimos la foto.
En esa época no había foto que se nos resistiera.
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