miércoles, 12 de febrero de 2020

Oscaridad


Acabo de ver "Parásitos", la película coreana que recibió cuatro Oscar en la edición 92ª de entrega de esos premios.  
Construida de punta a cabo sobre armazón hollywoodense, o sea, occidental, lo que echa por tierra cualquier expectativa de disfrutar algo exóticamente novedoso, "Parásitos" es  una comedia de medio palo que nada aporta ni a la comedia ni al palo.  Mucho menos al cine. Y, por supuesto, con una dirección y un guion a la altura de esas escaseces.
Mi perplejidad es tal que, honestamente, pienso que quien no coincida en ello es porque no la ha visto. Y, si la ha visto, entonces es que no ha visto "1917" ni "Érase una vez… en Hollywood" ni "El irlandés" ni "Joker"  (ni "El faro" ni "Richard Jewell" ni "Historia de matrimonio" ni "Doctor Sleep" ni "Uncut Gems" ni "Knives Out"… vaya 2019!) 
Y si las ha visto todas y aún cree que “Parásitos” merecía un premio (¿mejor película de habla no inglesa?!!  no jorobe, ¿así está el cine por ahí?!) es porque pertenece a ese grupo de cinendofóbicos que lleva semanas denunciando que las otras cuatro películas aspirantes al premio fueron nominadas porque estaban realizadas por blancos. Sí, hechas por "hombres blancos". 
¡Películas acusadas de haber sido nominadas no porque no fueran buenas o por pretenciosas o porque los realizadores fueran agitadores políticos o activistas enemigos o terroristas o porque son amiguetes o millonarios y compraran las nominaciones. Nada de eso: porque están hechas por  ¡Hombres Blancos!   Nivelazo de  acusación! 
Por cierto, las citadas no es que sean buenas, ¡es que son cuatro magníficas películas dignas las cuatro de Premio Mayor!  Aún cuando no nos gusten. Y con Premio Mayor, no me refiero al Oscar, que visto lo visto en estos últimos años, no vale la pena.  Hablo de algún premio que se respete. Sí, ya sé, ojalá algún día se instaure un premio así.
Mi reacción cuando leí que el Oscar lo ganó la película coreana fue de desconcierto. No la había visto, así que no quise apresurarme y concedí que quizás estuviera a nivel, aunque convencido de que era poco probable que superara a las otras nominadas. Cuando la vi, mi primera reacción fue de malestar, por supuesto. Mis favoritas eran
-               "1917" de Sam Mendes, un magnifico espectáculo cinematográfico, encima sin discursos moralistas y alejado de conflictos que le obligaran a cometer burdas concesiones ante la cada vez más afilada guillotina de lo políticamente correcto que hoy florece en cada plaza o esquina de la red… 
  y
-              "Érase una vez… en Hollywood", de Quentin Tarantino, que me sorprendió y emocionó con una incontrovertible propuesta (que ya había insinuado a manera de comedia en Inglourious Basterds, en la que mató a Hitler en un atentado, pero que esta vez es tarantinamente explosiva y taranatinadamente conmovedora): el arte nos puede hacer vivir una versión de la vida como debió ser.
(La propuesta que se me antoja en Tarantino es excitante y esperanzadora. En ausencia de un eterno retorno constatable, el arte, sobretodo el arte del cine, nos permite vivir nuevamente nuestra vida. Pero cada próxima vez tenemos la oportunidad de corregir lo inapropiado y vivirla, arte mediante, como nos hubiera gustado ocurriera la vez anterior. No confirmando o maldiciendo lo vivido, no opinando, no juzgando. Simplemente vivir lo ya vivido pero a nuestro gusto y sin improvisar. El arte como posibilidad de reconciliarnos con nosotros mismos, concediéndonos la oportunidad de reparar nuestros descuidos e infortunios.  Está claro que Tarantino en sus filmes se da el gustazo de vengarse, que para eso es Tarantino. Pero a su favor consta que no hay garantía alguna de que su propuesta artístico-filosófica sea reconocida y aceptada. Yo diría, incluso, que tiene amplias posibilidades de que sea ignorada y rechazada, que para eso es hombre y blanco)
Cualquiera de ellas. Pienso que son las dos mejores películas de 2019. 
Pero aquella, la de la molestia, fue sólo mi primera reacción. Luego me fui a los videos, los comentarios, los artículos, las redes y…  
A ver si me explico bien. Al final me va quedando la impresión de que mi creciente fobia hacia los miembros de la Academia de la Caridad al Pobre Oscar, o sea, los que dan los premios, no parte de una premisa razonable ni inteligente, quizás porque carezco de la astucia que le sobra a esos señores para resolver asuntos tan delicados como tener que elegir. Y es que, viendo los discursos de los premiados y de casi todo aquel a quien le ponen un micrófono delante en Hollywood últimamente, he comenzado a sospechar que la Academia, en pleno, puede que esté hasta el bigote de escuchar tanta sandez, tanta babosearía, tanta hipócrita reivindicación de tanto ricachón complejista y sobrado de doble moral, teniendo en cuenta que para ellos, los académicos, eso debe ser pan de cada día.  ¿Será ese el punto?
Bueno, lo sea o no lo sea, yo a estas alturas del festival casi prefiero que premien a los pioneritos coreanos con tal de no tener que escuchar más discursos de los miembros del Comité de Agitación y Propaganda del Frente de Supremacistas Morales del Progrexismo Hollywoodense. Con el discursito del afectado miembro que interpretó al Joker (sin superar ni por asomo a su previo, Heath Ledger) tengo bastante. Ya está repleto mi álbum de colección de ídolos caídos.
Me temo que Tarantino tendrá que ceder y concedernos diez películas más para reparar toda esta etapa decepcionante de la historia del cine americano.
El otro cine, ya nos hacemos cargo, no cuenta.

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